Valoración Crítica3
‘Música y mal’
Teatro Fernán Gómez (Sala Jardiel Poncela), la capital de España
No hay belleza que pueda con el mal, afirma en un instante de su monólogo Lola Blasco, autora, codirectora y también intérprete de una pieza fácil y descriptivamente titulada ‘Música y mal’. Nace de la pasión melómana y se sumerge en piezas tan completamente excelentes como ‘Morgen’, de Richard Strauss; el prólogo de ‘Tristan y también Isolda’, de Richard Wagner o bien las ‘Escenas de niños’, de Robert Schumann; piezas que en su maravilla no pueden ocultar, no obstante, la maldad de quienes alguna vez las emplearon o bien, peor, la maldad de quienes las crearon.
‘Música y mal’
Texto: Lola Blasco. Dirección: L. Blasco y Pepa Gamboa. Escenografía: Antonio Marín. Iluminación: Juanjo Llorens. Vestuario: Rafael R. Villalobos. Intérpretes: Lola Blasco y Alexis Delgado Búrdalo (piano). Teatro Fernán Gómez (Sala Jardiel Poncela), la capital española
Lola Blasco reabre con esta obra ese viejo y estéril discute -podría decirse que reabre una herida jamás cerrada- sobre hasta qué punto las ideas, aun los hechos, censurables o bien sancionables de un autor deben influir en el juicio sobre sus creaciones; ¿una obra de arte deja de serlo por el hecho de que su autor haya pensado ‘maldades’, las haya dicho, propagado o bien hecho?
Como buena dramaturga, Lola Blasco no responde ninguna pregunta. Se restringe a viajar por la vida de múltiples músicos -a ciertos, como a Richard Wagner, los descalifica personalmente sin remordimiento, eso sí- y a exponer una serie de hechos -con fines dramatúrgicos, no históricos- con los que teje una pieza salpicada de poesía y desgarro por igual, mientras que Alexis Delgado Búrdalo la anega frágil y bellamente con las músicas a las que la autora se refiere en el texto.
No deja de ser ‘Música y mal’ una especie de ‘conferencia dramática’ llena de datos y nombres. La dirección de Pepa Gamboa y la propia Lola Blasco es carnal, directa y ligera al unísono. La apariencia infantil que se le ha dado a la intérprete da por instantes la apariencia de estar escuchando un cuento -horrible, eso sí- y los cambios de ritmo calman el aluvión de información que manda al espectador que, eso sí, halla en las armonías del piano cobijo para tanto mal.