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El premio Loewe festeja su celebración tras un año en blanco

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Todavía el virus impone sus rutinas. Las mascarillas, las distancias. Las ventanas abiertas a fin de que corra el aire. El premio Loewe dos mil veinte se entregó el día de ayer en el Westin Palace, en la capital de España, en una liturgia sin brindis, sin comida y sin tintineos. Con las sillas separadas a escuadra y cartabón. Con muchas palabras y pocos ademanes (o bien con los justos). En resumen, más que una celebración parecía una misa. Una misa para versistas, para lectores. Una misa aguardada tras un año en blanco por pandemia.

Primero se subió al escenario Mario Obrero, un ser tan insultantemente joven (nació en dos mil tres) como talentoso. Con ‘Peachtree City’, su tercer poemario (sí, el tercero), se ha hecho merecedor del premio Loewe a la Creación Joven. La versista Elena Medel, que presentó su obra, solicitó que absolutamente nadie se dejara llevar por su edad, por el hecho de que el libro es inusual por sí solo. Entonces, , con un desenfado prácticamente lorquiano, afirmó que «la edad poética es eterna». Asimismo se declaró componente de la lógica poética, y recitó ciertos de sus versos con una gracia singular. Por poner un ejemplo, este: «Cumplo dieciséis años y noto mi ánima crujir como rodillas adolescentes». O bien estos: «Los versistas tienen una caja de lapiceros que abren cada atardecer mientras que lloran en heleno / bailo sobre una tierra y pronuncio de manera lenta mi nombre».

Después fue el turno de Diego Doncel, versista y crítico de ABC, que ha conseguido el Loewe (ahí es nada) por ‘La fragilidad’, una obra nacida al calor de la pérdida de su padre, mas venida al planeta tras una larga década de digestión y busca. El dramaturgo Alberto Conejero, quien ejercitó de cicerone por el lirismo de Doncel, tan intenso, lo resumió así: «‘La fragilidad’ es un bello libro iluminado por la orfandad y por sus vísperas. Y como toda buena obra sobre la muerte está enclavijada en el centro mismo de la vida». Es un libro, insistió, en el que muere un padre y nace un huérfano, en el que el versista se niega a recrearse en la herida y se lanza a perseguir esos instantes en los que la vida fue intensa y digna de vivirse.

«Este poemario es un viaje tras el padre, mas en dirección al padre. Es travesía y naufragio. Es intemperie y cobijo (…) Los 23 poemas que lo conforman son la bitácora sí, del daño de la vida, mas asimismo de su ímpetu, de su persistencia», resaltó Conejero. Después mencionó a Kierkegaard: «Lo trágico contiene siempre y en todo momento una dulzura infinita». Es una oración que engasta de manera perfecta con la dedicatoria que Doncel escribió en los ejemplares que le fueron entregados a los asistentes del encuentro, y que resume su poética y, por qué razón no, su biografía: «Escribimos poemas… / procuramos esa extraña intensidad de vivir».

La vida intensa
«La función primordial de la poesía es la intensificación de la vida», sentenció Doncel, ya en el atril. «Quiero que el poema, ese pequeño puñado de palabras que solamente hacen es lanzarnos a un misterio, ese humilde puñado de palabras que ha necesitado siglos de civilización, y que es uno de los logros más esenciales de la psique humana, sea capaz de conmovernos. Que sea capaz de hacernos vivir otra vez determinadas experiencias», siguió.

Leyó múltiples poemas Doncel. Entre ellos, el espléndido ‘El frío de la casa’: «Dime si soy como , si me transformo como / en el polvo que se amontona sobre las cosas». Ycerró su intervención, claro, con el cierre del libro, lumínico a rabiar. Ese último poema lleva por nombre ‘Hacia la felicidad’, y acaba así: «Todo espera por el hecho de que entre tú y / puede haber noche mas jamás muerte, / puede haber lejanía mas jamás ausencia. / Este pedazo de mar me lo enseñaste . / La sabiduría nos lleva a la infancia».

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