CulturaJerez es una celebración

Jerez es una celebración

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Las heridas de las testeras quedan a la espalda en el momento en que me subo al tren. Jerez tiene un distrito entero en todos y cada esquina que se apaga tras mis talones. A cada hora, realmente. En todos y cada garganta encalada que al encenderse plantea un nuevo juego. Me voy de acá con 100 faroles prendidos. El Festival de Jerez tiene cuerpo de caucho, y al concluir cada jornada su programación primordial busca rincones donde estirarse. Por bares, en peñas y tabancos , por mil esquinas, ocupando así hasta los bordes de su calendario. A la cantidad de artistas y apasionados que conviven en la urbe se aúnan los venidos a raíz del acontecimiento. Y Jerez, estos días, es una celebración. Con turistas que se agolpan en cursos de baile, componentes de lo jondo asiáticos que llenan auditorios de empiedres y tipos auténticos recién salidos de las líneas de un fabulista. Lo pintoresco es bandera en estos lares. No trato de aproximarme a un patio de sillas, sino más bien a la supone y tripa del festival. En el bar La Reja , centro de ese otro circuito que se agita y mueve, a Ali de la Tota se le ha vuelto bulería un martinete a las 5 de la madrugada. Propios y anejos se aúnan al corro, ofertando el ademán afable de sus palmas. Fugaces o eternas, quién sabe, de manera espontánea se han atado complejas amistades en cuestión de un par de letras. El camarero, del otro lado de la barra, ha obviado por un momento a los 12 o 13 que batallan por solicitar para arrancarse sobre un compás acertado : «Por ver a mi mare diera/un deíto de mi mano/el que más falta me hiciera». Jerez cobija una reserva natural de flamencos con la piel más curtida que rosada. Una reserva a merced de sí, puesto que absolutamente nadie más que misma la resguarda. En la peña de la Bulería , a unos minutos a pie, que acá todo está cerca, una mujer ha subido el futuro a un escenario: está encinta. Saira Malena, al lado de Mateo Soleá y su padre, Antonio Malena , ha ofrecido un recital con dos generaciones de cante y una semilla de futuro. Se ha roto por bamberas con un pequeño que aún no tantea la cuna desde el vientre. Cantando cara dentro, regando el ánima del que viene. Mateo Soleá, Antonio Malena y Saira Malena Luis ybarra Ha salido a danzar gente entre el público. A reír asimismo cuando Mateo Soleá, tío de de la joven con el talle de igual manera que el eco, bien rollizo, ha festejado el traje de lentejuelas plateadas de Saira con un sonoro «¡Ole mi pequeña! ¡Viva Hollywood!» . Si la espontaneidad, como escribió Stendhal, anda relacionada con «la embriaguez del momento», de un vuelco nos hemos emborrachado todos de esta magia que semeja saltar por la sangre. Dentro y fuera de los teatros Dos semblantes tiene el festival: dentro y fuera de los teatros. En el Villamarta Israel Galván explora nuevos lenguajes con ‘Seises’. No derruye ya muros, sino campa por territorios nuevos. Radicalmente propios, además de esto. Como la ensoñación de Patricia Guerrero en su ‘Deliranza’, la consolidación de lo que no puede explicarse por medio del verbo. En el templo barroco de la Compañía de Jesús, Manuel Valencia , al toque, ha distribuido los elementos de la tradición de tal modo que ‘Las 3 orillas’, donde averigua por la guitarra de acompañamiento al cante, al baile y como solista, se arma como un espectáculo, no como un recital. Nueva Relacionada colarse sin avisar: danza estandar Si Patricia Guerrero: «Después del teatro celebro en el bar» Luis Ybarra Premio Nacional de Danza en dos mil veintiuno, la bailaora de Granada es una de las artistas más precoces del flamenco actual: figura desde la juventud Manuel es, sobre todo, dos cosas: virtuoso y tradicional , una combinación completamente extraña en el actual panorama, por eso la soleá de comienzo y el zapateo son dos edenes. Por eso, asimismo, el cronista Manuel Curao, con más festivales a la espalda que cualquiera por acá, menudea para sí, por lo bajini, ciertas falsetas. Ha vencido la música cuando mensaje y armonía, abrazados, sobrevuelan temas pendientes. Y David Carpio, con la voz por los principios, esparce a la vera de la sonanta una seguirilla que hace crujir dinteles: «Esa letra es de mi autoría. Cuando la grabamos en el estudio nos echamos a llorar», comenta Valencia unas horas después. «En el escenario, miré cara abajo e hice lo posible por no romperme. Está dedicada a mi padre, que murió por covid: ‘De la raíz del recuerdo, nace la inmortalidad…’». De este lado del festival, no el artístico, sino más bien el escénico, está asimismo Alberto Sellés buscando destellos coreográficos desde la contención. Lucía Campillo , una bailaora muy ignota , puesto que ha estado un tiempo distanciada de los escenarios, ha hecho apología de la debilidad en su conseguida ‘Un lucero’. La murciana, que trabajó con Antonio Gades y Carlos Saura, incluye en este estreno absoluto cierta dramaturgia, danza al ritmo del agua, poesía mística, humor y baile de manto tras los acordes de ‘Nacencia’, como una parte del repertorio de Morente y El Lebrijano. El bailaor Rafael Ramírez, por su lado, pasó con sigilo con ‘Entorno’, en el que solo relució la técnica. El festival tiene una vertiente artística y otra escénica Mas el Festival de Jerez tiene, como afirmaba, múltiples vértices y dos semblantes. El segundo, ese que sucede al galope fuera de los focos, fortalece al primero. Los bailaores Alfonso Loseta y Vanesa Coloma, por servirnos de un ejemplo, son fijos intermitentes en los rituales de barra: «Por Navidad siempre y en toda circunstancia nos obsequiamos Festival de Jerez , así podemos ver a los compañeros», afirman. Y viendo a los compañeros, en todos y cada puerta, nos encontramos con una persona singular. A la entrada del teatro Villamarta, en la sala Compañía, en el muSeo de la Atalaya… Este hombre, de edad avanzada, vende discos en la anterior de las actuaciones en espacios con capacidad, en ocasiones, para unas doscientas personas. Ofrece álbumes de cante en el enorme escaparate de la danza flamenca en el planeta . De Jesús Méndez, de Antonio Reyes… Nada de estrellas. Y, ya digo, les da salida. Lleva por nombre Juan. Conforme cuenta, los artistas se los dejan en depósito y a él, lo jura, se lo quitan de las manos. Así se ha transformado en uno de los iconos de este evento: ofreciendo a un público reducido la mercadería que los propios autores le dan. De lo más indie que he visto bajo esta tímida lluvia que lo empaña todo de misterio. Vender lo escaso de unos pocos para pocos que son menos aún. Mudar al público La cita, que concluye este sábado once de marzo con María Moreno, hace ya un tiempo que se ha afianzado en la agenda cultural de este país. Isamay Benavente, su directiva , atiende llamadas desde un despacho en las oficinas del teatro Villamarta. Charla entre la dispersión: «Se ha anegado el departamento de Comunicación» , afirma, más abatida que preocupada. «Ayer se nos cayó una limpiadora por la escalera . Los imprevisibles, con tanto equipo humano en tantos días, son más que frecuentes. Esto es un no parar de solucionar cosas». El móvil deja de sonar cuando su memoria vira el cuello para contemplar ciertas conquistas: «Vine para un par de años y llevo 27 », se muerde el labio inferior. «Hemos visto medrar estrellas en este viaje: Manuel Liñán, Olga Pericet… Recuerdo a Rocío Molina en la sala Compañía, pequeñísima, con una bata blanca y azul. De súbito un año decidimos programarla ya en el teatro Villamarta. La hemos acompañado en su proceso cara el olimpo. Igual que a Estévez & Paños . Eran dos pequeños cuando vinieron con ‘Muñecas’ y nos dejaron con la boca abierta. Terminamos todos llorando. De dónde habían salido, nos preguntamos. Hoy tienen todos y cada uno de los premios y una obra afianzada, mas cuando hicieron aquel montaje el público no los conocía. Además de esto, hemos alterado la percepción del espectador local. Al comienzo, en una tierra como Jerez, lo disruptivo era asimismo muy polémico: Israel Galván, por poner un ejemplo. Hoy las distintas estéticas, tradición y vanguardia, conviven entre sí. A absolutamente nadie le sorprende ahora, mas este género de espectáculos no tenían cabida en Jerez hace unos años». Tiene el papel lleno de ideas en tinta azul para la próxima edición. Nombres que no pueden desvelarse y borrones que aún menos . Proyectos. Isamay Benavente vive con el reloj en la nuca, así que la próxima edición, antes que haya terminado esta, avizora. Alén de la ventana se agolpan murmullos por los bares entre charcos y copas de oloroso. Entre carcajadas, el tumulto recibe el golpe de la muerte del guitarrista Pequeño Jero , historia legendaria local. No cambia lo festivo, sino muda la piel: intercambia el júbilo por otro color. «Ricos los gatos que no tienen dinero», escribió Hemingway. Mas es Jerez, la que hizo aloquecer a Lola Flores y a Fleming con aquella sentencia de que «la penicilina cura a los enfermos, mas el vino de acá resucita los muertos», la que hoy es una celebración.

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