Afirma José Carlos Llop (Palma, mil novecientos cincuenta y seis) que el amor no existe fuera del lenguaje, que los amantes crean conversaciones que solo comprenden, mientras que se marchan elevando sobre lo pedestre hasta llegar a un sitio lejano donde la pasión reina y la caída es grave, prácticamente abisal. A ese territorio lo ha llamado «Oriente» (Alfaguara), y a él ha consagrado su nueva novela, una historia de relaciones inconclusas, tan instaladas anteriormente como en el presente, donde su recuerdo prosigue ardiendo, marcando determinados pasos. Él repite una y otra vez que cualquier semejante con la realidad, con su realidad, es pura coincidencia. Su sonrisa sugiere otra cosa.
Le reboto el interrogante que abre el libro: ¿a qué edad nos transformamos en corresponsales de nuestras vidas?
Esa pregunta se la hace el protagonista, no . Y el protagonista está aproximadamente en la sesentena. Por lo tanto, si se hace el interrogante es que estima que comienza a estar en esa edad de la corresponsalía de la propia vida, por el hecho de que ya va quedando considerablemente más vida tras la que queda delante.
¿Mas lo siente de esta manera en su caso?
Mi caso es lo de menos. El libro es una ficción… Esperemos no lo sea.
Bueno, asimismo está en la sesentena… ¿Era el instante de redactar de la pasión?
Yo considero que la sesentena es buena edad para redactar sobre el amor. Creo que es mejor que la juventud. Hay un distanciamiento que deja lo literario con más eficiencia. Además… La relación que tengo con mis libros, en general, es de imposición. El libro va gestándose hasta el momento en que se me impone. Y se me impone uno sobre otro. Ya antes de redactar «Oriente» había comenzado a redactar una novela que no guardaba relación con esta, y la paré.
Por cierto: ¿por qué razón ese título?
Oriente es una metáfora de la pasión cariñosa, tal y como si esta se escapase a los territorios culturales y hubiese que cruzar una frontera para poder englobarla.
Hay un esmero en la novela por ir anudando el amor en las diferentes temporadas mediante la literatura, de la cultura. Desde Ovidio al siglo veinte. Es como decir: esto lleva acá milenios.
Bueno, esto lleva acá toda la vida. En la antigüedad el amor tenía un carácter sagrado, y en los últimos tiempos nos hemos dedicado a desacralizar el amor. Los tradicionales festejan el lenguaje, tienen una dicha del lenguaje por el hecho de que son los descubridores del lenguaje, del empleo del lenguaje. Con el amor pasa algo parecido: procura expresar lo inexpresable, crea lenguajes nuevos. Y ahí hay un paralelismo entre el planeta tradicional y el amor en su sentido originario y original.
Ese amor del lenguaje, y por el lenguaje, está asimismo en la manera de «Oriente»: hay una enorme preocupación por el estilo, por la oración redonda.
Buffon afirmaba que el estilo es la persona. Y no comprendo la novela sin una preocupación por el estilo. Es tan esencial lo que se cuenta como el de qué forma se cuenta. Bien dicho se puede decir todo. Bien escrito se puede redactar sobre todo, de todo y como uno desee.
Hay un instante en el que el protagonista afirma que «el amor no existe fuera del lenguaje». ¿Existiría el amor sin los versistas?
Es una de las aseveraciones más inteligentes del libro. Yo creo que el amor se vive en el lenguaje, se vive a través del lenguaje. Sin lenguaje no hay amor.
Entonces, ¿es una creación?
Es un metalenguaje.
¿A la altura de la literatura?
Bueno, al menos ha producido mucha literatura, al menos es el germen de mucha literatura.
¿De qué manera ha evolucionado el amor?
Comienza a tener un refinamiento literario con los trovadores y en el Renacimiento con Dante y Petrarca se sublima, hasta llegar al siglo XVIII, que es el esplendor.
¿Y el día de hoy de qué manera está?
Como afirmaba, el amor se ha ido desacralizando, el amor se ha ido socializando. Se ha eliminado la privacidad, y el amor ha desaparecido en un porcentaje muy grande en favor solo de lo sexual. De ahí que creí que estaba bien redactar de una cosa que ya no está como la he conocido. Acá no hay Fb, no hay Instagram, no hay Tinder, no hay nada de lo que se usa el día de hoy para ligar de forma masiva. Nada de eso sale en el libro.
Prácticamente todas las relaciones de «Oriente» son amores inconclusos, que jamás fueron perfectos.
El «inacabamiento» del amor deja el recuerdo de una pasión a lo largo del tiempo. Por eso en la novela se relate la memoria de esos amores inconclusos.
Esos amores pesan más que los perdurables en el libro, más que el del padre y la madre del protagonista, por poner un ejemplo.
No me atrevo a aseverar que pesen más.
En número de páginas, seguro.
No me atrevo a aseverar que en la vida pesen más. Pesan de forma diferente.
¿De qué forma se relacionan el erotismo y el amor, tan presentes acá?
Sin erotismo, sin deSeo, es bastante difícil que haya amor.
Y cuando el deSeo se apaga con el paso del tiempo, ¿qué sucede?
No es el caso del protagonista. El protagonista vive encendido. Y merced a que vive encendido puede contarnos lo que nos cuenta.
Afirma este protagonista que hay una novela que no se puede escribir: la del amor rutinario.
Yo opino todo lo opuesto. Hay grandes libros sobre el amor rutinario. Me viene a la cabeza un texto de Natalia Ginzburg, «Él y yo», que es una maravilla.
Usted ha trabajado como bibliotecario: ¿afirmaría que vive en la literatura, como sus personajes?
Ser bibliotecario no es ser Borges. Un bibliotecario administra, tiene departamentos de personal… No se pasa las horas que pasa en la biblioteca leyendo. Ni mucho menos.
En todo caso, ¿prefiere la ficción o bien la realidad?
Yo creo que hay un tiempo para cada cosa. Hay un tiempo para la realidad y otro para la ficción. La realidad en ocasiones es una ficción más potente que la ficción misma, y con la ficción atravesamos unas fronteras que la realidad nos impide atravesar.
¿Piensa que el amor nos puede salvar del tiempo?
El amor es una forma de vivir de una forma considerablemente más intensa el tiempo. Lo que sucede es que es un destino. No es una elección. Esto es muy importante: la pasión no se escoge. En el amor y la pasión se padece tanto como se disfruta, y los humanos no están prestos a padecer. Eso asimismo lo entronca con el planeta de los tradicionales. Es un destino, una jugada de los dioses que tiene su lado bueno y su lado horrible.