El Pirineo aragonés es una isla biogeográfica inusual y, como tal, goza de unas señeras que la transforman en el hábitat ideal para sarrios, muflones, cabras pirenaicas, gamos, rebecos o bien ciervos.
Por desgracia el cambio climático no es extraño a este entorno privilegiado, tal como se ha podido comprobar a lo largo del último medio siglo, en el que las precipitaciones han disminuido en un dos con cinco por ciento y las temperaturas han aumentado uno con dos grados centígrados.
Estos cambios hacen mella en sus ecosistemas y poniendo en el filo de la navaja de la vulnerabilidad a ciertas especies.
La perdiz nival (Lagopus mutus pyrenaicus) está amoldada a vivir en los ecosistemas ártico-alpinos y no es bastante difícil localizarla en la tundra del hemisferio norte (Eurasia y América) y en los primordiales macizos montañosos (Alpes, Urales y montes escoceses). Mas asimismo habita en nuestra península, específicamente en las cimas pirenaicas, de donde toma su nombre científico.
Y es que el lagópodo alpino de los Pirineos, que es como asimismo se la conoce, representa la población más meridional de esta especie en el continente europeo. Según lo que parece quedó apartada en sus cimas hace unos 12 mil años, cuando se generó el retroceso de los glaciares al final del último periodo glacial, un evento que la dejó expuesta a los efectos del calentamiento global.
La perdiz nival es una suerte de ave galliforme, gregaria y de la familia phasianidae. Ahora hay más de treinta subespecies descritas y es muy simple distinguirla de la perdiz común puesto que es sutilmente de menor tamaño, su longitud se ubica en torno a los 35 centímetros.
En lo que se refiere a su dieta es esencialmente vegetariana, consume hojas, frutos, semillas, bayas y líquenes, comestibles que intercala con ciertos insectos. A lo largo de los meses otoñales su organismo se dedica a guardar las reservas energéticas con las que poder encarar el estricto invierno.
3 disfraces anuales
La naturaleza se ha comportado con ella de una manera fenomenal al dotarla de determinadas ventajas adaptativas. Por un lado, hay una cierta sincronía entre su muda y el paisaje, y es que el ave cambia de plumaje en 3 ocasiones a lo largo del año; por otra, tiene mecanismos fisiológicos que la dotan de una elevada capacidad isotérmica que deja que pueda dormir enterrada bajo la nieve. Cuando llega el helado invierno pirenaico la perdiz nival cava una madriguera en la nieve y allá se acorruca y goza de una temperatura diez grados superior a la que se registra en la superficie.
Centrándonos ya de forma concreta en su plumaje, esta ave cambia escalonadamente de vestuario en 3 ocasiones a lo largo del año con el propósito de derretirse con la paleta de colores del entrecierro. De esta manera, adopta una tonalidad entre amarillento y dorado a lo largo de los meses otoñales; se salpica de blanco a fines de esa estación y alcanza el blanco puro -con la salvedad de la cola- cuando la nieve cubre todo el paisaje con su mantón. Es exactamente este precioso disfraz invernal el que le da nombre.
Merced a este mimetismo la perdiz nival logra, o bien por lo menos lograba, pasar desapercibida frente a la siempre y en toda circunstancia mirada escudriñadora de zorros, turbes y águilas reales. No obstante, la carencia de nieve le está causando horribles inconvenientes, puesto que su coloración blanquecina resalta sobre las crestas amarillentos transformándose en un blanco simple para el águila real. En suma, lo que otrora supuso un premio evolutivo ahora se ha vuelto en contra suya y de no solucionarse la podría situar al filo de la extinción.
Pedro Gargantilla es médico internista del Centro de salud de El Escorial (la capital de España) y autor de múltiples libros de divulgación.