¿Qué es la Gran Exhibición de Crueldades?, se pregunta J. G. Ballard en su libro del mismo título. La contestación es sencilla: no es un muSeo insensato, es el cuerpo. El interior del cuerpo, aquello que más nos horroriza y que jamás desearíamos ver. Mas hay otra Gran Exhibición de Crueldades tal vez todavía peor. Es el alimento. Lo que entra en el cuerpo y se transforma en el cuerpo. El acto de masticar y de tragar, el horror de tener que matar para vivir. Este horror es viejo y da forma a muchos mitos. Conforme con Joseph Campbell, Freud se confundía cuando pensaba que la culpa original procedía de la muerte ritual del padre, que entonces era devorado. No, los primitivos se sentían culpables por tener que matar osos, bisontes, corzos, para alimentarse. De ahí que los transformaban en dioses, les solicitaban perdón, los convertían en imágenes sagradas. El alimento es sagrada, y da temor.
Nada da tanto asco ni temor como el alimento. Todos hemos sentido ese terror de que nos fuercen a comer algo despreciable cuando éramos pequeños. En el Evangelio de Tomás, leemos: «Jesús dijo: ‘dichoso el león que siendo ingerido por un hombre se hace hombre; despreciable el hombre que se deja devorar por un león y este se hace hombre’». En el Prasna Upanishad se describe un cosmos predador donde todo es comida. El sol es el comedor, la luna es comida. Para el Señor de las Criaturas, todo lo demás es comida. Gary Snyder habla en un poema de unos corzos que «atrapan» a los hombres haciendo que les cacen y se los coman, se ocultan en los hombres y aguardan. Cuando haya muchos corzos en los hombres, entonces, un día, los corzos van a tomar el poder. Lo van a tomar «desde dentro». ¿Se trata de una historia legendaria india? Siempre y en todo momento es así: el alimento es culpa, venganza, horror, decadencia, entropía. Hay que decirlo: hay una relación entre la culpa y el alimento, entre la violencia y el alimento. Negarlo es negar algo evidente. Solo mudando nuestra forma de comer cambiaremos el planeta.