CulturaMorante de la Puebla, el hijo del pasado

Morante de la Puebla, el hijo del pasado

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Qué rondaría por la psique de Morante cuando asomó el pañuelo blanco tras plegar los dos toros siguientes a su faena. De premio mas sin premio. Por el hecho de que el presidente, que olvidó las lentes de ver en casa, afirmó que nones. No contemplarían nuestras retinas una obra así ya antes (ni después) de la merienda. Desde el momento en que enseñoreó su añoso capote, la plaza soñó por verónicas. Mas fueron las chicuelinas al paso las que trasladaron a otro siglo. En todos y cada caminar cara Chicuelo, Morante nos recordaba que todos somos hijos del pasado, nietos de las banderas de nuestros abuelos, que no eran políticas, sino más bien banderas del credo de valores que zozobran hoy en el mar de las redes sin semblante, de navíos sin capitán y presidencias sin autoridad eficiente. Con el a los mayores medró José Antonio. Del pequeño aquerenciado a las faldas de su madre al matador tocado por la varita de los escogidos. Aquel dos de octubre del setenta y nueve esas bolas de colores de las que habla Paula, y que Dios tira muy de cuando en cuando, cayeron en La Puebla del Río. Los brazos de Josefa y Rafael mecían, sin saberlo aún, al escogido. Ya no habría más primer mandamiento que querer el arte más que a sí mismo. Y bajo ese sagrado canon transcurrió su faena al complicado primero, al que fue capaz de corregir defectos sin más pincel que su muleta. Qué magisterio el suyo. Ya había sobre aviso Juguetón de salida que por el izquierdo tenía su guasa. Y al segundo zurdazo se lo recordó con un agujero en la taleguilla. Dos rondas diestras le bastaron para poner en vereda al de Daniel Ruiz. Se lo pensaba el tardo animal, si bien entonces metía la cara en la muleta morantista. Entre las rayas, se plantó de veras, encajado y con absoluta naturalidad. Ganada la riña, se echó nuevamente la embestida a la izquierda, volando la lona con un temple inmaculado. Al ralentí, que es donde se prueba la categoría del valor. Sonreía Morante, más fresco que una lechuga a pesar de llevar ya más de media temporada a cuestas. El abaniqueo despidió a Juguetón ya antes de cuadrarlo para matar. De una estocada lo hizo. A los medios se fue el cigarrero para recoger el cariño del público al que había brindado. La oreja estaba cantada. O no. Pues Morante es un hijo del pasado en tiempos donde el el día de ayer se olvida veloz. Y al presidente se le olvidó que las faenas completas, con su prólogo, su nudo y su resultado, deben recompensarse. Como precisa refrescar el reglamento orejero: con su pan se lo coma. Feria de la Virgen del Mar Plaza de toros de Almería. Miércoles, diecisiete de agosto de dos mil veintidos. Segunda de feria. Media entrada. Toros de Daniel Ruiz, desiguales; de pobre fondo y clase en conjunto. Morante de la Puebla, de penitente y azabache. Estocada algo trasera y tendida (solicitud, saludos y pitos al palco). En el cuarto, media (solicitud y saludos). El Juli, de marino y oro. Pinchazo y estocada atravesada (oreja). En el quinto, 3 pinchazos, otro hondo y dos descabellos (saludos). Tomás Rufo, de grana y oro. Estocada delantera desprendida (oreja). En el sexto, pinchazo y estocada (solicitud, saludos y pitos al palco). Y mientras que las neveras destapaban langostinos y mejillones, aquel al que llamaban genio se fumaba un puro sentado en el estribo. Lo que le aguardaba no era ninguna merendola apetecible: el desclasado Finito se defendía de manera brusca. Mandón, Morante hizo que se tragara los pases, con una serie al natural sobresaliente. Los ayudados finales traían vientos de rapto, de tiempos gallistas. Vertía su torería Morante cuando desde el palco vertían cerveza al tendido alto. Las teclas del computador, que recibía ya la extremaunción, hubiesen reventado cualquier alcoholímetro. Benditas peñas de San Fermín, al menos, se las ve venir… Una ovación de gala tributaron al torero, al que estaba claro que el presidente tampoco concedería ahora la oreja. Con su pan y su vino se la coma. Tras aquella primera creación del cigarrero, sus compañeros parecían por instantes obreros de la Celebración. Buen andamiaje tuvo la tarea al segundo de El Juli, que dejó dos medias fenomenales tras una antitorera chicuelina. Nada que ver aquella escena despatarrada con el monumento a Manuel Jiménez del el día de ayer morantista. Mas la técnica julista, con el conclusión de un populachero circular, le puso en bandeja una oreja tras el pinchazo. Otra consiguió en el tercero Tomás Rufo, que revolucionó con el capote y al que se vio algo ordinario en la muleta. El inverso -de qué forma no- y el cañón de su espada le entregaron un premio. Suavidad aplicó Julián en su notable faena al quinto, con clase mas escaso motor. Con ambición de figura, a lo que no le gana absolutamente nadie, se ideó cada serie. Todo lo ganado lo perdió con el acero. Otra vez emocionó Rufo con la lona fucsia en el sexto, al que asimismo le faltaron fondo y clase, tónica del conjunto ganadero de Daniel Ruiz, que rompió su ráfaga. Todo lo dio, con mayúscula predisposición, mas el palco se puso ahora delicioso y le negó el trofeo. MÁS INFORMACIÓN nueva Si Jorge Martínez: acá hay matador nueva Si Los versos satánicos de Morante de la Puebla Más clamó al cielo lo ocurrido solamente descorcharse la tarde. Todos somos hijos del pasado, mas no todos comprenden el valor de un legado. Qué responsabilidad la de Morante, heredero de la torería, un el día de ayer tan escaso y preciso.

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