Si tuviésemos que diseñar un MuSeo Inusual de la Ciencia estos son ciertos objetos que probablemente no deberían faltar. Todos pueden ser admirados ahora por las psiques más curiosas, aunque para esto es obligado efectuar un pequeño viaje por ciertos primordiales muSeos de ciencia del planeta.
El cosmos de los dinosaurios
Hace unos setenta y cinco millones de años vivió en la faz de la Tierra un dinosaurio herbívoro de veintidos metros de largo, el Triceratops. Hasta el instante tan solo se han encontrado 4 esqueletos prácticamente completos de este dinosaurio de 3 cuernos.
Uno de ellos –bautizado con el nombre de Cliff- se halla en el MuSeo de las Ciencias de la ciudad de Boston y es uno de sus huéspedes más mediáticos.
Otro muSeo estadounidense -el de Ciencias de Buffalo- cobija un huevo fosilizado y fecundado de un tamaño mayor al de un balón de futbol, su dueño fue el extinto Aeyornis, asimismo conocido como «ave elefante».
El Aeyornis fue una de las aves corredoras de mayor tamaño que han vivido en nuestro planeta, medía 3 metros y pesaba, más o menos, media tonelada; un ave que vivía a sus anchas en la isla de Madagascar.
Entre pelos y plumas
En el corazón del Océano Indico, en la isla Mauricio, vivió de forma endémica el dodo (Raphus cucullatus) un ave no voladora que se extinguió por culpa del humano. El último ejemplar vivo fue visto en el siglo diecisiete.
En el MuSeo de Historia de la Universidad de Oxford se halla el «Dodo de Oxford», un ejemplar que murió, según parece, de un disparo en la cabeza. En este muSeo se preservan los únicos tejidos que nos podrían descubrir de qué manera era su aspecto exterior, una cabeza y una pata momificada.
En el año dos mil catorce un trabajador del MuSeo Británico Norris descubrió por azar un sobre con una caligrafía decimonónica en la que se advertía de su contenido: «pelo de mastodonte hallado en perfectas condiciones en un iceberg de Siberia». En el interior había una bobina desorganizada de pelaje de este animal prehistórico. Parecer ser que el sobre procedía del MuSeo de la ciudad de San Petersburgo, que cobija hoy en día de las mejores compilaciones de mastodontes del planeta.
Meteoritos marcianos
Muchos de nosotros tenemos grabado en nuestra retina 2 trajes blancos avanzando torpemente entre los cráteres lunares, los que emplearon Neil Amstrong y Buzz Aldrin en el primer paSeo lunar.
Años tras el Apolo once, la NASA donó el traje de Neil Amstrong al MuSeo Nacional del Aire y del Espacio del Instituto Smithsonian, situado en Washington. Es conocido que en el viaje de regreso se transportaron ingentes cantidades de rocas lunares, que hoy en día se hallan repartidas por diferentes muSeos del planeta.
Considerablemente más bastante difícil de lograr que una roca lunar es un meteorito marciano. Se estima que hasta la data han caído en nuestro planeta poco más de treinta meteoritos procedente del planeta colorado. El de mayor tamaño –de unos dieciocho kilogramos de peso- cayó en Nigeria a inicios de la década de los sesenta del pasado siglo.
El salón The Vault –la cúpula- del MuSeo de Historia Natural de la ciudad de Londres cobija de las mejores compilaciones de meteoritos marcianos del planeta. Una auténtica exquisitez para los amantes de la astronomía.
Puestos a soñar, qué mejor meteorito para nuestro muSeo que el conocido como el ALH84001, formado en Marte hace unos cuatrocientos millones de años y que fue encontrado en el hielo antártico.
Este meteorito no ha estado exento de polémica desde su descubrimiento. Fue portada de todos los jornales internacionales en mil novecientos noventa y seis, una vez que la NASA convocase una conferencia de prensa anunciando que había encontrado en él unas formas semejantes a las bacterias. Con esto se daba a comprender la existencia de una posible primitiva forma de vida microscópica marciana.
Pedro Gargantilla es médico internista del Centro de salud de El Escorial (la villa de Madrid) y autor de múltiples libros de divulgación.