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Vikingos en los límites de Asia: «Unieron dos mundos, llegaron hasta Bagdad»

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Toda buena historia de vikingos arranca con una batalla de esas que estremecerían a Hollywood, y la de la arqueóloga británica Cat Jarman no iba a ser menos. En el invierno del ochocientos setenta y tres, la vanguardia del Gran Ejército danés agarró los jamelgos que había robado al oeste de Inglaterra y avanzó como centella hacia el corazón del distrito de Lincoln. El blanco de su furia nórdica fue el minúsculo pueblo de Repton. La pesadilla duró unas pocas horas. Cometieron una matanza, asaltaron la iglesia, sacrificaron unos esclavos a la deidad de rigor y se dieron la vuelta. Si bien ya antes sepultaron a sus caídos con su ajuar: joyas, colgantes en forma de martillo de Thor y hasta una cuenta de color naranja.

Más de mil años después, Jarman agarró esa joya atezada mientras que estudiaba el yacimiento de Repton. Aquella cuenta elaborada con cornalina fue su particular epifanía. «Descubrí que procedía de la India, con toda probabilidad de Guyarat», asevera en declaraciones a ABC. Rubia, ojos claros… La arqueóloga, cuya figura evoca la de exactamente los mismos vikingos a los que estudia desde hace dos décadas, se planteó entonces recorrer con su pluma el gigante recorrido que hizo la piedra hasta llegar a Inglaterra. El resultado ha sido un ensayo, ‘Los reyes del río’ (Ático de los libros), en el que desvela las líneas comerciales de los escandinavos en Oriente y su presencia en entornos tan recónditos como la presente Irak. «Unieron dos mundos, llegaron hasta Bagdad», sentencia.

De paso, Jarman destroza fábulas y construye verdades. No reduce, como sí hacen otros, la violencia escandinava en las conocidas razias occidentales; ni tampoco la imagen más tópica del vikingo «valeroso, fuerte y aguerrido» que extendieron las sagas islandesas del siglo XIII. Confirma que eso «era una parte de la sociedad». Lo que sí desea dejar claro es que la sociedad precisa ensayos que ofrezcan una imagen más equilibrada de los escandinavos. «Tuvieron un comercio muy activo y se aprovecharon de las redes tendidas por la Senda de la Seda para traer miles y miles de objetos a Europa. Sus viajes no fueron solo militares», esgrime. Por eso, no puede eludir cierto escozor al rememorar que todo empezó con la brutal matanza en Repton. Peajes que hay que abonar.

Nuevas sendas
Una parada segura de la pequeña cuenta de cornalina fue Gotland. Situada en medio del Báltico, esta isla obviada por la historia fue uno de los múltiples entornos que abrieron Oriente a los escandinavos. Una lanzadera entre continentes que les lanzaba cara el este. Conforme Jarman, allá han sido hallados «kilos y kilogramos de dírhams de plata» llegados desde exactamente el mismo califato abasí; una rica demostración de la relevancia de la isla en los flujos migratorios de los vikingos. En este pedazo de tierra comerciaban y descansaban; todo lo que las sagas islandesas, ávidas siempre y en toda circunstancia de heroicidades, no cuentan. «Tenemos la fortuna de que, desde hace cuarenta años, la arqueología completa los huecos que nos dejan las crónicas tradicionales», apunta la especialista.

Entre los tópicos que ha podido romper esta ciencia resalta uno: el que asevera que la era vikinga empezó con el sanguinolento ataque al monasterio inglés de Lindisfarne allí por el setecientos noventa y tres. La realidad es que existen restos de dos navíos escandinavos en la isla de Saaremaa, Estonia, fechados prácticamente medio siglo antes; y llegados con toda probabilidad desde Gotland. Jarman lo recuerda en uno de sus episodios, igual que incide en que, cuando se generó el ataque a la abadía, los guerreros del norte ya llevaban años comerciando en Asia. «Algunas joyas traídas desde Oriente adornan accesorios de armas en el complejo tesoro de Staffordshire, del siglo VII», asevera. Si de entrada eran la salvedad, dos siglos después llegaban ya a manos llenas.

Remontar ríos
Lo que Jarman no puede asegurar es el camino específico que prosiguió la cuenta, puesto que no hay dedos en la mano para contar las sendas de acceso a Oriente de las que se valieron los vikingos. Las más conocidas fueron la del Volga y la del Dniéper. La primera descendía hasta el mar Caspio, al paso que la segunda atravesaba Ucrania para desembocar en el mar Negro.

«Los otros protagonistas del libro son los ríos. En ellos se crearon asentamientos que servían como nuestras estaciones de servicio. Allá paraban para arreglar los navíos y adquirir comida, si bien asimismo para asentarse en poblados», agrega la arqueóloga. Con el paso del tiempo, se creó una red de asentamientos que dejaba a los conocidos ‘drakkars’ navegar desde el mar Báltico hasta el Negro con solo ciertos pasos terrestres. «Es una pena, mas no hay crónicas que nos charlen de ello», incide.

Mas si hubo un acontecimiento que empujó a los vikingos cara Oriente, ese fue la fundación de la urbe de la ciudad de Bagdad en el setecientos sesenta y dos. Desde entonces, la urbe se transformó en el corazón del califato abasí «Fue un nodo clave de la Senda de la Seda; el centro del planeta islámico. De él salían las caravanas que iban cara Europa, China y el mar Caspio», desvela Jarman. Los escandinavos estuvieron allá, y no como mesnaderos a salario afines a la Guarda Varega de Imperio bizantino, sino más bien para adquirir, vender y explorar recursos y esclavos. «Diría que es punto más lejano hasta el que viajaron. Ni las crónicas ni la arqueología prueban que hayan llegado más allá», completa Jarman.

Nueva globalización
La arqueóloga se refiere a todo este entramado de sendas, viajes de miles y miles de quilómetros y comercio como una especie de globalización escandinava. «Es el término que mejor describe lo que ocurrió a lo largo de este periodo, en el que unas finas venas se extendieron por todo el planeta, considerablemente más lejos que antes», arguye.

El jalón lo lograron, conforme explica, a través de una serie de revoluciones técnicas que hoy pasamos por alto de forma injusta. Nos quedamos, a cambio, con los tópicos mil veces contados de los cascos con cuernos -una falacia extendida desde el siglo XIX-, la idea de que combatían con enormes hachas imposibles de manejar por un humano o la patraña de que marchaban a la batalla prácticamente desnudos y intoxicados.

Cat Jarman«La primordial novedad tecnológica fue que sus navíos estaban construidos a tingladillo. O sea, que las tablas se montaban unas encima de otras. Eso hacía que el casco fuera plano y flexible», agrega la especialista. En la práctica, aquel diseño les dejaba superar las olas del mar y, además de esto, internarse en aguas poco profundas como las de los ríos merced al escaso calado. Por otra parte, se valieron de candelas en el momento de navegar; una práctica que, si bien nos sorprenda, no se usaba por entonces en el norte de Europa.

Jarman asimismo detalla que esta primitiva globalización no la forjaron solo a golpe de comercio y mamporros, sino más bien a través de misiones diplomáticas a las que tampoco se hace referencia en las sagas. «Los dos navíos hallados en la isla de Estonia son el mejor ejemplo de ello. Entre sus restos había ricos objetos como empuñaduras con piedras bellas o joyas traídas del extranjero. Llevaban hasta perros y aves con ellos. Esto indica que sus portadores tenían un alto estatus. No eran soldados que fuesen a saquear», completa.

El proceso de globalización, eso sí, tuvo sus bondades y sus capítulos oscuros. Unió dos puntas del planeta, de eso no hay duda, mas asimismo promovió la trata de esclavos y extendió enfermedades por todo el globo. Una de las más graves, la viruela. Y es que, Jarman está favor de que existen rastros suficientes para suponer que fueron aquellos primitivos exploradores vikingos que recorrieron la Senda de la Seda los que la llevaron hasta Inglaterra.

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