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Y de súbito, un brutal Roca Rey calló a la plaza del estruendos

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Entramos por la puerta G de blanco limpio, con el pelo planchado y la raya al lado, y abandonamos la plaza con la melena revuelta, unas mechas de pringosa purpurina y las camisetas bañadas en sangría y calimocho. Contaba Mariela que si su abuela viese a los peñistas, uno a uno los cogía, los metía en la lavadora y después estregaba las ropas en su vieja panera con jabón Lagarto. «Quien no ha visto toros en el sol no sabe lo que es una tarde de celebración en Pamplona», advirtió un apasionado emulando la mítica oración de Joselito en El Puerto. No era uno de enero, ni dos de febrero, ni 3 de marzo, ni 4 de abril, ni 5 de mayo, ni 6 de junio… Era 7 de julio ¡San Fermín! El canto del día grande de Pamplona explotaba en todos y cada boca de los que se arremolinaban en el centenario chintófano. Había toros, si bien ese pequeño detalle lo obviaran los comentaristas del encierro de RTVE, cada vez con más mansa querencia cara la parte antitaurina del Gobierno. Ni una tacaña mención en la tele de todos al espectáculo vespertino en frente de la voz coral de la afición: «Sin corridas no hay encierros». Para recordarles su vergonzoso absurdo, más de veinte mil personas atestaron los tendidos. Vibraban sol y sombra, sombra y sol. En terrenos de Lorenzo, que apretaba más que la faja roja del señor del balconcillo -«no me pongo a dieta, que me ha costado mucho trabajito criar esta barriga», bromeaba-, la marabunta brincaba, brindaba y cantaba. La insensatez reventó desde primera hora. A las 6 y media de la tarde, Pamplona era una celebración. Y nuestro VAR del tendido se desplazó hasta la capital navarra para ser testigo del evento. En el sol comenzamos, con una marea blanca y roja rota por los blusones de ciertas peñas. Por allá andaban Los de Bronce, El Bullicio Pamplonica, Donibane, Aldapa, Alegría de Iruña, Anaitasuna, Armonía Txantreana, Irrintzi, La Jarana, Muthiko Alaiak, Oberena, Rotxapea, Sanduzelai, El Charco, La Única, Mutilzarra y siete de julio San Fermín. «Aquí están los del Aldapa / bailando el tipi-tapa», entonaban los chicos de la calle Jarauta. Repertorio musical El sol era una sintonía continua con la radio musical ‘Solanera Pamplonica’. El vals de Astráin, con el ‘riau-riau’, calentó las gargantas. Mas fue en el segundo toro cuando sonó el repertorio más conocido. De sanferminero venía vestido Morante: blanca la taleguilla y roja la chaquetilla. Hay que tener mucha personalidad para plantarse con un terno así, que provocó la división. Un colorado muy Pamplona, si bien curiosamente la capital navarra apenas se enteró de la lección dictada. Morante era el toreo de oro. Y la plaza era la ‘chica ye-ye’. «No te quieres enterar, ye-ye-ye-ye, que te quiero de veras, ye-ye-ye-ye…» Y tampoco se quisieron enterar de los ayudados del genio, hondos como la bombona de sangría de la zona alta, que no tenía fin a pesar de las duchas que se daban con ella en la andanada. Un matador de silencios, un matador de misa muda en la Maestranza, volvía a la Monumental del bullicio, que lanzó una pitada contra la pancarta del tendido que solicitaba la vuelta de los presos a casa. «A la mierda los etarras y la política, acá venimos a disfrutar», se oyó en la fila tres de la sección diez. Y de qué manera gozó el tumulto con Roca Rey. A todos puso conforme el limeño, salvaje de principio a fin con un estrecho jabonero al que no le hubiera venido mal una ración del ajoarriero que desfilaba por la bocana. A las diecinueve y cincuenta y uno empezaba el espectáculo de Andrés: de rodillas se plantó con un trébol de cambiados por la espalda. La plaza, puesta en pie, se caía ante aquel valor de plomo. Valor y toreo de veras. «Lo-lo-lo-lo», coreaban en el sol. Y el propio sol mandó silenciar. Solicitaban silencio. Imposible mas cierto. Aquello era el milagro del siete de julio. «Mientras otros se apartan del toro, este se lo acerca», afirmaba Esteban, de la peña El Charco. Brincaban de emoción las hermanas Miriam y Ainhoa Gil. Rugía el Jaguar del Perú y rugía Pamplona. Roca proseguía siendo el Rey.

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